Reproducimos aquí la respuesta de Ricardo García Manrique, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona, ante los insultos que recibió en el Claustro de la Universidad de Barcelona.
«La semana pasada me llamaron fascista y colono. Lo hicieron públicamente en el Claustro de la Universidad de Barcelona y sin que mediara intervención previa por mi parte. Por eso, y porque creo que no me insultaron sólo a mí, sino a muchos más, he decidido escribir estas líneas.
El motivo del insulto fue que, en su día, y en tanto que miembro del Claustro, me opuse sin éxito a que se debatiera un manifiesto de apoyo a los líderes independentistas procesados por los hechos del otoño de 2017. Para ello, invoqué el deber de neutralidad ideológica de las universidades. Una vez debatido y aprobado el manifiesto, lo impugné junto con otros compañeros ante los tribunales, los cuales nos dieron la razón y lo anularon. Eso fue lo que pasó.
Se puede estar en desacuerdo con mi posición o con mi actuación, pero creo que eso no es motivo bastante para insultar, si es que algo lo es.
Sin embargo, en Cataluña las cosas son distintas, y lo son porque el nacionalismo hegemónico no es una opción política cualquiera, como podría pensarse, sino una religión, y quien se opone a sus dogmas es un hereje, no un conciudadano que piensa de otro modo. Uno de esos dogmas es que las instituciones públicas catalanas (incluyendo las universidades) han de servir al proceso de construcción nacional. Por eso, reivindicar su neutralidad no se considera una opción admisible, sino una agresión contra la verdad, contra la justicia y, sobre todo, contra la nación catalana. Así se convierte uno en enemigo y, llegado el momento, en merecedor de tales improperios.
No me sorprende, pues, haber sido tildado de fascista y de colono. Lo que sí me sorprende son tres cosas. La primera: haberlo sido no en Twitter o en un bar, sino en la sesión de un claustro universitario, y no por algún trol anónimo o por un tosco parroquiano, sino por parte de un respetable colega. Un profesor del Departamento de Historia del Arte que no me conoce personalmente, y que no quiso rectificar cuando se lo pedí.
La segunda: que el Rector, que presidía la sesión, no me amparase, exigiendo a ese profesor que retirase sus insultos. En cambio, ante mi protesta, se limitó a recordar que en el Claustro ha de regir la máxima libertad de expresión siempre que se respeten las reglas de la cortesía académica, las cuales no le debía parecer que el profesor hubiera infringido.
Y la tercera: que ninguno de los ciento ochenta asistentes pidiera la palabra, siquiera fuese para reclamar que se guarden las formas. Más que las propias invectivas energuménicas, esto fue lo que me dolió. Por eso, me alegré cuando otro colega que no había podido seguir todas las intervenciones me telefoneó al cabo de un rato para interesarse por lo que había pasado y mostrarme su disconformidad con semejantes maneras. Siempre hay uno, por suerte.
Llamar “fascista” al que discrepa es hoy moneda común no sólo en Cataluña y, sin duda, lo que se pretende con ello es excluirle, a él y a sus ideas, del ámbito del debate legítimo. Llamar a alguien “colono”, en Cataluña, supone simple y llanamente tratar de excluirlo de la comunidad, aludiendo a sus orígenes. Si no lo es, se parece mucho a un insulto xenófobo y racista. El insultador, el doctor Carles Mancho, no
se dirigía, por tanto, sólo a mí, sino a todos los que no hemos nacido en Cataluña, o no tenemos los orígenes tan puros que él acaso tiene, pero sí tenemos la desfachatez de defender en público, con educación y con argumentos, ideas que no concuerdan con las suyas.
Doctor Mancho: si su intención era incomodarme, reconozco que lo ha conseguido. Ni antes, ni en los veintitrés años que llevo en Cataluña, nadie me había tratado de ofender como lo ha hecho usted. Pero, si su intención era hacerme callar, sepa que ni usted ni otros cien como usted lo van a conseguir, porque no me queda más remedio que seguir ejerciendo mis funciones académicas y cumpliendo con mi deber de ciudadano, y tanto las unas como el otro me obligan a decir lo que pienso y a obrar en consecuencia.
Usted y los que son como usted están dañando día tras día nuestro mundo académico y nuestra tierra, sembrando la discordia y el miedo a que se nos llame fascistas o colonos. Aun así, entérese bien, sigo apreciando en mucho a la que es mi universidad y, sobre todo, amo esta tierra, y porque la amo, porque trabajo en ella, porque aquí están mi familia y mis amigos, es tan mía como suya.
Y, en fin, como me ha insultado, le lanzo el guante: la próxima vez que se digne dirigir a mí, le reto a que lo haga con razones y no con más insultos. A ver si se atreve. A ver si nos atrevemos todos a dejar de callar».
Este texto ha recibido una gran canditad de apoyos en redes sociales y, también, en artículos de prensa como los siguientes:
Silvia Valmaña en La Nueva Alcarria